martes, 30 de diciembre de 2014

Tierra Santa.

Hay bandas que marcan inevitablemente a buena parte de una generación y los riojanos son, sin lugar a dudas, una de ellas. En su época de esplendor, que a la luz de lo acontecido en los últimos años se antoja lejana, conquistó a miles de acérrimos al metal estatal grabando a fuego en su memoria el acero de canciones tan redondas y efectivas que hoy siguen siendo auténticas garantías de un buen rato en directo. Y es que los himnos de verdad no pasan de moda. Como poco, se reflejan en los libros de historia, esa historia que Tierra Santa ha sabido relatarnos también, haciéndonos testigos mudos, o más bien afónicos, de ella a través de auténticos cantares de gesta musicalizados.
La sala Penélope ya lucía lustrosa con una considerable afluencia de público cuando Innervoice, también procedentes de la tierra del buen vino, hacían acto de presencia para sintetizar en un generoso puñado de canciones la historia de los temas más inconfundibles del hard rock y el heavy metal internacional. Desde el “Burn” de Deep Purple hasta el “Doctor Doctor” de UFO, pasando por “Living On a Prayer” (Bon Jovi), “I Surrender” (Rainbow), “Burning Heart” (Survivor), “Turbolover” (Judas Priest) o “Aces High” (Iron Maiden), el combo, en cuyas filas había visibles diferencias de edad y que estaba encabezado por la solvente vocalista Itziar Berradre se marcó una actuación correcta que fue una obertura agradable aunque atípica para una cita de estas características.
El tiempo de espera entre los grupos fue mínimo y casi sin darnos cuenta teníamos ante nosotros a Ángel San Juan y los suyos haciendo sonar la trepidante “Septima Estrella”, canción que tras la intro de “La Profecía” inauguraba el segundo disco de Tierra Santa, ‘Legendario’, a la postre uno de los más celebrados de su discografía. Siguiendo con su onda más heavy, a la cual parecen otorgar un deliberadamente destacado protagonismo en sus últimas galas, prosiguieron, acusando un sonido enmarañado en el que las guitarras se distinguían con dificultad y que poco bien habla de las aptitudes del responsable tras la mesa de sonido, con la rotunda “Indomable” y “Sangre de Reyes”, desatando pronto el entusiasmo el respetable, que abrazó después el comedimiento de “Apocalipsis” y más tarde la indolencia, cuando sonó “Mi Nombre Será Leyenda”, que da título al último trabajo de temas originales del grupo. Quedó de relieve, una vez más, que se trata de un álbum que no ha calado para nada entre los seguidores. Una batalla perdida. A estas alturas del show, Ángel ya había agradecido con suma calidez la nutrida asistencia de todos aquellos que se habían citado en la madrileña sala Penélope, valorándolo aún más por los difíciles tiempos que corren. Y es que quien tuvo, retuvo. Y más que retendrá.
La pausa no abandonó los altavoces y “El Azote de Dios”, incapaz de hacernos despegar los pies del suelo, fue el siguiente corte en sonar, dejando paso de nuevo a cierta vehemencia de la mano de “La Leyenda del Holandés Errante”, uno de los mejores temas facturados por Tierra Santa tras su paréntesis de hace unos años. “La Sombra de la Bestia” fue ampliamente coreada, más que su sucesora “Otelo”, cuyo relevo tomó una canción dedicada “a esa mujer luchadora”, “Juana de Arco”. Por su parte, “Caminos de Fuego” y “Libre”, introducida por el teclado del ex-Sátira Juanan San Martín, se sucedieron con una banda bien dispuesta pero sin alardes interpretativos de ningún tipo. Cabe destacar la entrega y la estupenda química con el público, al que no cesó ni un instante de animar y poner en pie de guerra, del bajista Roberto Gonzalo, sin cuya portentosa labor el engranaje rítmico del combo no tendría ni punto de comparación. También hay que hacer mención especial a Eduardo Zamora, el solvente guitarrista que ocupa el lugar de Arturo Morras y que se ha adaptado muy bien a la dinámica del grupo en vivo, cuyo cimiento rítmico depende de un seguro David Carrica, también batería de Diabulus In Musica.
El concierto alcanzó una de sus cotas de mayor emoción con la sensacional “Pegaso”, que precedió a una rescatada “David y el Gigante”, reservada para los más apegados a las entrañas de su dilatada discografía, quienes volvieron a echar en falta, una vez más, alguna canción de su formidable debut ‘Medieval’, del cual parecen haberse olvidado. “Más Allá de la Vida” puso al descubierto, una vez más, cierta sensación de monotonía intermitente, si bien “Mejor Morir en Pie” se reivindicó después como una de las piezas más eficaces en el marco de su faceta más hardrockera. El tema, que da título al séptimo trabajo de estudio de Tierra Santa, fue dedicado de manera conmovedora por parte de Ángel a un amigo que acababa de perder a su padre. El mensaje de resistencia, mirar hacia adelante y no claudicar hasta el final, viene comprendido desde el primero hasta el último de sus compases.
Encauzaron la recta final del show con “La Momia”, en la que la guitarra de Eduardo nos sumergió en el Antiguo Egipto y dialogó con la del propio Ángel. Entre ambos se repartieron los solos, aunque si alguien reunió más protagonismo en sus seis cuerdas, ese fue Ángel. “Nerón” nos brindó un agradable momento, que se hizo emocionante a más no poder cuando “Una Juventud Perdida” hizo las veces de esa canción única que, dedicada a las madres de la Plaza de Mayo, tiene todos los ingredientes para tocar la fibra sensible y al mismo tiempo desatar el delirio colectivo. Era ya el momento de poner toda la carne en el asador y por eso, los siguientes temas en saltar a la palestra fueron dos hitos de nuestro heavy metal como “Alas de Fuego” y “El Bastón del Diablo”, cuya interpretación, un poco ralentizada y no exenta de imprecisiones, no acabó de hacerles justicia.
Los bises fueron para las imprescindibles “Legendario” y “La Canción del Pirata” (I y II), coreadas por doquier. Entonces sí, el entusiasmo fue parejo a ambos lados de la esquina del escenario. Disfrutando de lo lindo de la grandiosa adaptación de los versos de Espronceda al heavy metal melódico, culminó una velada que nos dejó sensaciones dispares, pues aunque el margen de mejora aún es, a mi modo de ver, amplio; el grupo tampoco está en sus mínimos. En cualquier caso, como comentaba con una buena amiga de mi generación poco después del concierto: “¿Quién no ha crecido (musicalmente) escuchando Tierra Santa?”.

Álvaro. No hay tregua.

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